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POR UNA COMUNICACION POPULAR

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domingo, marzo 22, 2009

24/3/76 NI OLVIDO NI PERDON 24/3/09

ASPID, EL FEROZ GUERRERO

Y LAS MADRES QUE VENCERON EL TERROR

En un país que quizás no existió nunca, o que existió de manera diferente para los distintos grupos que lo habitaban, nació una historia.

Algunos la cuentan como una realidad incontrastrable, para otros es algo que deberá probarse.

La historia en cuestión es sobre Aspid, el guerrero. Hijo y nieto de guerreros. Fué educado en las sublimes artes de la guerra, y entrenado para dar muerte a sus enemigos, de más de mil maneras. Su formación incluyó también la acendrada creencia de su estirpe, de ser los últimos baluartes de la nacionalidad, y en tener afilados reflejos para estar prestos a defenderla siempre de cualquier ataque.

Quiso el destino, que al culminar su entrenamiento, y luego de algunas misiones menores, se desatara una sangrienta lucha entre los adoradores de la casta de Aspid,

que por enésima vez, habían acudido al llamado de la nacionalidad atacada junto a otros significativos valores mansillados; contra los ingenuos defensores de la democracia, que jamás admitieron las prerrogativas que aquellos se arrogaban.

Pero en el país del que habla la historia, los guerreros, son por tradición histórica, los depositarios de la defensa nacional, y por ese motivo poseen el monopolio de la fuerza, y el autorizado uso de las armas que les asigna la constitución ( Ley suprema del país ) que violan cada vez que responden al persistente llamado, como ahora.

Sucede que el paso del tiempo, la influencia de ideas rectas aportadas por civiles muy diestros, y el silencio de una relativa mayoría, que se fué acostumbrando a las marchas y comunicados; hizo creer a los guerreros que eran los únicos idóneos para conducir al país a la salvación.

Justo en esta encrucijada, es que los guerreros se encuentran con un gobierno devaluado de apoyo, pero que surgió de una robusta propuesta; y ahora se encuentra tironeado por extremos de una misma línea, que se bombardean sin piedad.

Pacientes pescadores de revoltosas aguas, Aspid y los de su linaje, mediante afines camaradas buscan aportar a la desestabilización, para esperar el momento en que vengan a golpear a sus puertas.

Luego de un patético desfile de dirigentes civiles, que anunciaron a los cuatro vientos que no tienen soluciones para dar, los guerreros entraron triunfantes.

Aspid, fué un símbolo de ese nuevo poder. Logró, por fin poner en práctica todas las técnicas en las que fué entrenado, con el dinero de toda la comunidad.

Pero, hubo un nutrido grupo de idealistas que se opusieron con uñas, dientes e ideas a esta nueva usurpación del gobierno elegido por la mayoría ( según establece la misma constitución antes mencionada ) costumbre arraigada en el país de la historia, esto de elegir y usurpar.

Entonces, Aspid integró y comandó poderosos grupos muy atareados, que hicieron estragos en las filas enemigas; queriendo la suerte que la mayoría de las víctimas de este feroz guerrero, fueran mujeres.

Las huestes idealistas también tuvieron sus diestros conductores, disfrazados de siniestros camaradas, quienes a control remoto decidían estrategias, que poco a poco

significaron más un revólver en la sien de sus conducidos, que una mano extendida.

Aspid era feliz, aplicando sus mil maneras aprendidas, sin discriminar en quién las

empleaba.

Uno de los valerosos métodos de estos guerreros, defendido en numerosos foros públicos y privados, consistía en lo siguiente: amparándose en la oscuridad del silencio general y apoyados en la poderosa fuerza que significaba ser El Estado, secuestraban a diestra y siniestra, para luego negar estos hechos ante todo el mundo.

Más tarde, muchos de los secuestrados aparecían masacrados en inexistentes enfrentamientos. Muchos otros, no aparecerían nunca más.

No se agotan en estas líneas las hazañas que fueron capaces de perpetrar los guerreros, con el dinero y las armas que la sociedad les confió. Pero esta es la historia de Aspid, y no la de sus también feroces camaradas.

Cuenta la historia, que un grupo de mujeres empezaron a reclamar por sus hijos.

Esto enfureció aún más a los aguerridos gobernantes, porque empezaba a sembrarse la memoria.

Como esto resultaba inaceptable, enviaron al emblemático Aspid, para que él, solo,

enfrentara semejantes enemigos. Como siempre, obedeció debidamente. Sin importarle contra cuántos pañuelos debiera combatir. Sin medir los riesgos, acometió su nueva misión. Y salió airoso, sumando una baja más al temido bando contrario.

Pasó el tiempo, sin que el país encontrara un rumbo, y sin que los guerreros pudieran doblegar, o tan sólo callar a estas mujeres. Por el contrario, la siembra de ellas, dió algunos frutos. Crecieron los reclamos por todos los rincones.

La alcurnia Aspid, no encontraba la salida. Así fué, que siguiendo un etílico llamado,

declararon la guerra a casi, todo el mundo. Alegando una querida causa, para una consecuencia nefasta.

Y hacia allá mandaron, a los mares más fríos, a los soldados de las provincias más cálidas. Pero no fueron solos.

Con ellos fué el temible Aspid, educado en las sublimes artes de la guerra, y entrenado en más de mil formas de dar la muerte.

Unos dicen que no salió de su escondite, porque estos malditos enemigos no ennviaron una sola mujer al frente de batalla. Otros, cuentan que no entendió las instrucciones.

Parece que todo fué un mal entendido, porque Aspid, pensó que cuando anunciaran su llegada a aquellas costas heladas, el enemigo huiría despavorido por su fama de

guerrero feroz y aguerrido. Pero los otros no hablaban el mismo idioma.

Igual, él se hizo entender alzando bien los brazos, luego de soltarse el correaje.

La historia no termina aquí. Luego de tantas infames mentiras, los guerreros fueron juzgados por el nuevo gobierno, jubilosamente elegido.

La mayoría de los acusados dijeron que hicieron lo que han hecho obedeciendo órdenes, y zafaron del castigo ejemplar, que parecía venirse. Los que dieron las órdenes, recibieron una condena de muchas palabras, y ningún escarmiento.

Lo que pudo haber sido una histórica oportunidad, devino en un oportunismo histérico, en el que mediante acuerdo leguleyos quedaron toodos en libertad.

Ni siquiera tuvieron la valentía de decir de frente, dónde escondieron a los miles que jamás aparecieron.

En este país de ficción, la única dignidad que no se perdió, es la de ser madre.

Daniel Mojica

24/03/00

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